Una vez tuve la locura de pensar en matarte. Lo pensé después de un beso largo. Matarte y luego matarme. Lo pensé con mis manos en tu cuello, con un cuchillo entre tu pecho. La idea no se me salio de la cabeza por un largo rato. Yo sentía tu mirada con ganas de seguir viviendo, pero me retabas acercando tus puntos débiles donde la muerte se puede facilitar, no lo sabías y me retabas, hacías que la idea fuera creciendo. La sangre escurriendo por mis manos o por el colchón, tu dolor, mi angustia. Y sería fácil, de este modo, terminar con todo lo que nos separa, acabaríamos con los problemas de la existencia, los grandes miedos de la vida.
Me empece a poner nervioso, las manos comenzaron a temblar, un frío recorría el centro de los huesos, lo iba a hacer, acerque cada vez más mis manos a tu cuello, pensé en la cara de tu dolor, las lagrimas que se te iban a salir, entonces, antes de comenzar a apretarte lentamente, me miraste fijamente y me comenzaste a decir algo que no recuerdo, te acercaste y me diste un beso pequeño en la mejilla.
Lo hubiera hecho, enserio, pero haces que me olvide de las cosas con tus ojos negros, he indistintamente bellos. Solamente la muerte puede separarnos y juntarnos más que ahora.