viernes, 27 de junio de 2014

Del viento pintado.


Hay poemas, frases de grandes pensadores, pinturas, canciones, escenas de películas que se quedan grabados en la mente, diría que hasta en la piel o en la mirada. En mí caso, más o menos de un par de días para acá, me he llenado de poesía. Por ejemplo, leí "Algo sobre la muerte del mayor Sabines"; atravesé el poema casi ido, si no fuera yo el que hablaba al leerlo, tuvo que ser mucha gente en mí, una ráfaga de figuras y de qué pensar ahora. El la primera parte casi hasta el final, dice: 

Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa, sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Se me a quedado grabado muy fuerte. Me siento en un equilibrio frágil. La poesía viene y vana en el movimiento de la ciudad, pero a veces, mientras camino en una calle, al pasar por un parque, al entrar y salir de las puertas; viene a mí el fragmento. No sé si a rescatarme o a ponerme en duda de lo que estoy haciendo y para qué lo estoy haciendo.

jueves, 26 de junio de 2014

Desde la hora.


Sin embargo estás letras caen del cielo. Pueden descifrarse sólo en el interior de quienes han leído una nube, un cataclismo, un lugar, su infancia. Pero, tratamos, de buscar el significado. Puedo decir que no hay letras, ni símbolos, formas o paisajes definidos en el mundo. Pretender entenderlo todo, volverse frío ante las emociones. Analizamos las posibilidades, damos entrada a la razón, a buscar métodos para seguir los instintos, lo que se nos ha dado como nuestro pero del cual no somos dueños.
  Hablar de amor, en vez de hacerlo, estudiar poemas en vez de sentirlos. La música, matemáticas, física y la propia vida nos aburren. ¿Aburrirse de la vida? ¿no acaso hay una sola?. Sin embargo caen estás letras del cielo, caen y se siembran en la tierra. Árbol hecho de pensamiento, y sus hojas caen.
  Digo que puedo sentirme vivo, que me siento muerto en vida, también. El encuentro de palabras que marcan ha la humanidad.  

miércoles, 25 de junio de 2014

Deambular de sueño.


También recuerdo las manos frías que se entibiaban en la caricia unida. Del viento de la mañana ajeno que asomaba su sombra a los ojos cerrados por el beso. El reloj y sus vueltas, pasos circulares de agujas, rueda quieta y de metal. A los fantasmas que se van y vuelven cuando creábamos un mar vacío, un bosque sin follaje. Gritos enredados en telarañas, techo con estrellas de papel, libros donde hay historias de ruiseñores y palomas y de amor y de lejanía.
Recuerdo las paredes que se derriten y de su magma que nos ahogaba. Las nueve, las diez, las once y las doce. Infinito tiempo finito, brazos de galaxias con un brillo tenue. Y el color de los ojos de entre sueños y palabras quedas. Pies descalzados, piernas y brazos y cuerpos que se entrelazaban como humo subiendo y expandiéndose. Partes de máscaras que se posaban lejos, y muy lejos donde las nubes han de chocar con el horizonte y Dios.