miércoles, 25 de junio de 2014
Deambular de sueño.
También recuerdo las manos frías que se entibiaban en la caricia unida. Del viento de la mañana ajeno que asomaba su sombra a los ojos cerrados por el beso. El reloj y sus vueltas, pasos circulares de agujas, rueda quieta y de metal. A los fantasmas que se van y vuelven cuando creábamos un mar vacío, un bosque sin follaje. Gritos enredados en telarañas, techo con estrellas de papel, libros donde hay historias de ruiseñores y palomas y de amor y de lejanía.
Recuerdo las paredes que se derriten y de su magma que nos ahogaba. Las nueve, las diez, las once y las doce. Infinito tiempo finito, brazos de galaxias con un brillo tenue. Y el color de los ojos de entre sueños y palabras quedas. Pies descalzados, piernas y brazos y cuerpos que se entrelazaban como humo subiendo y expandiéndose. Partes de máscaras que se posaban lejos, y muy lejos donde las nubes han de chocar con el horizonte y Dios.
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