Tantas mujeres y hombres están trabajando ahora, después del día, después de urbanístico movimiento, frenético golpe perpetuo. Un cortina de humo cubre los espacios de un lugar ya sucio, ardiente por las tardes, frío por las noches y las mañanas.
El sueño es malo aquí, los ruidos armónicos son destrozados por el explosivo ruido de los motores que vienen de los coches, por donde pasa la visión de Dios, ya agotada por la edad. Y el temblor del piso se acumula en el carácter, debilitando la pasiencia de la hora. No es molesto, acostumbrados estamos. Es así como suena la piel de cemento, las venas de fierro de la ciudad, y sus brazos aplastan y crecen hasta los bosques, los desiertos, las brisas de mar de costa.
Pero ella está ahí, entre los demás, que son buenos y malos; es una luz en sombra, un jardín con flores nuevas cada día (sus ideas). Anda ella en su mundo, caminando y moviéndose de un lado a otro y va a casa y sale y viene ahora. Cada ocasión en que entra en la sombría habitación me parece que no hay nada en realidad, solamente estamos los dos en un cubo cosmico; nuestras palabras son nuestras palabras y nuestro lenguaje es nuestro lenguaje, y siempre se va, siempre es ella caminando para perderse. Y camina lejos siempre, pero siento sus pasos, las palabras que dice vienen a mí en forma de praderas, en su singular forma de simbolos; se clavan en el corazón, más rojo que nunca.
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