Se despierta la ciudad y ya tiene movimientos frenéticos, a gente en sus calles que corren porque ya es demasiado tarde para ellos, las alarmas suenan, incesante sonido mecánico, lámparas y focos y velas, un olor a gasolina que sale del sucio escape de los vehículos, el vapor de las bocas. El hambre, el ayuno, cansancio, estrés, madrugada, frío, tantas palabras mezcladas en los rostros de la gente, personas aquí y allá, tal vez no llega a su número habitual de seres la ciudad en estas horas tempranas, pero son la base, los que van a contener a las otras, o sea, son los vendedores que comienzan a poner sus puestos, los que abran los locales, los que barren y limpian y consecutivamente los que se transportan a su trabajo.
Ya me puedo imaginar ese lugar que ve antes de nosotros, los de la ciudad, los calores del sol, sin un estado de aceleración, tranquilo y en paz. Mas ahora no quiero estar allá, no tengo ganas porque en donde estoy me siento bien, augusto y armonioso; me he acostumbrado a la sólida costumbre de la ciudad, que no es mala del todo... y sé que habrá un futuro mejor.
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