Un día, cuando empezó a llover, y la lluvia era débil como bajo una cascada, miré por la ventana. La luz del sol estaba tapada por las nubes, casi blancas, de la hora pluvial, pero salían de entre ellas unos pocos rayos de un color claro y tenue. Las personas corrían o se quedaban atrapadas bajo lugares donde la lluvia no los alcanzaba. Miré indistintamente el horizonte, estaba en blanco, el frío entraba por los huecos de la ventana, no había nadie en la casa; caminé para la sala, apague la televisión y la computadora para poder oír la lluvia, que de vez en cuando alcanzaba a golpear el vidrio de la ventana.
Empecé a recordar los días en que llovía en la mañana estando en la escuela: el piso sucio, mojado, con lodo y tierra; el pasillo ruidoso para entrar al salón, las escaleras donde escurrían los alumnos, el pizarrón sucio, pero más blanco que las paredes. Me había transportado en ese momento al salón estando en la sala de mi casa, me imaginé sentado en mi lugar (esquinado y cerca de la puerta), estaba vacío el lugar, se abrió la puerta. La entrada de cada uno fue la misma: todos se saludaban menos a mí, se sentaban platicando y salían y entraban de nuevo; cada cara, cada modo de ser, cada tristeza y secretos se les veía en la piel.
La nostalgia es un signo que tengo marcado en la piel. Pienso que vivo más en mi pasado que en mi presente, o, que, borré la linea que los dividía. Estaba recordando los momentos de lluvia que viví en la escuela. Me di cuenta de que así era yo antes, un pensamiento que vive entre los otros. Toda las veces que acababan las clases, cuando salia el último y cerraba la puerta, yo estaba aún adentro, mirando por la ventana como se iban, viendo llover a veces o hacerse de noche, amanecer también.
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