sábado, 26 de julio de 2014

Sin morir, descansé.


Era de noche, una gran columna de gélido aire recorría las calles de una ciudad con pocas luces; era una gran serpiente que arrastraba su figura. Hundido en mis pasos, sumergido en el agua de la luces opacas. Recorrí las casas, donde gente desconocida e inventada por el sueño dormiría, o no habría nadie. Recuerdo que abrí unas cuantas puertas: salas vacías, polvo en la superficies de los muebles; un reloj de pared que no marcaba la hora, simplemente detenido, el aroma de un hogar ya hace tiempo olvidado.
  Y, aunque estaba solo, no lo sentía, la compañía de algo me seguía hasta cada rincón, hasta cada desolado corredor y cada parque que pasé... sí, los parques se veían extraños. También pudiera ser que en este sueño no existía la soledad.
  Tenía una gran curiosidad por seguir avanzando, y avancé por cada diferente camino, un ansia calmada por saber cada interior de todos los cuartos, tiendas, locales y oficinas, habitaciones, pisos y puertas.
  En la curiosidad de mis pasos, como en la mirada sorprendida, descubrí una silueta al final da una ancha avenida. Era ella, era ella...era...ella.   

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