sábado, 13 de septiembre de 2014
Mis despertares.
Amanece en el momento en que estoy más solo. Rodeado de gente, apenas puedo distinguir el claro paisaje que se distingue a todo lo largo del horizonte, donde nace el nuevo día, manchando la lejanía con su luz de acuarelas, su encendido brillo que lo cubre todo. Es a esta hora en que se borra la línea de la noche y la mañana (si es que algún día la hubo). Cada silueta que se cruza en mi camino desvanecen mi ilusión, al igual que el vapor del agua o del rocío que cubre el pasto se evapora avanzando hacia la tarde; me veo en un laberinto de sueños confusos, en un espejo que no me refleja, refleja a todos. Sólo la música que sale de este aparato cuadrado y negro me ayuda a escapar, que entre hilos de metal transmite la electricidad que hace vibrar los sonidos, hablo del celular. ¡Oh, Música! quién no a recurrido a ti en su tristeza, quién no te ha llorado alguna vez. Mi ilusión en las mañanas es estar allá, lejos, donde pueda apreciar la salida del sol sin tanto ruido frenético, sin tantos pulsos de corazones alborotados; y la música, como un acto de amor, me da aquella sensación de la luz cálida que entibia mi rostro. Y si contigo fuera, Paloma, cuántos días no se perderían en el instante.
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